miércoles, 13 de enero de 2010

Señor.

Ud. para quién un día resulto ser Clara y al siguiente José.
Ud. que olvidó esa costumbre suya de llevar su paletó cada domingo,
e ir a jugar briscas al cuartel.
Ud. que olvidó como llamar a su señora.
Ud. que olvidó todas sus malas costumbres y las buenas también.
Ud. que ya no lleva pañuelo y actúa como un chiquillo.
Ud. que ha olvidado como hablar.
Ud. señor Santiago que ha olvidado hasta quien era.
Ud que ha sido víctima del viento... ¿O el victimario es Ud.?,
de una u otra forma, su memoria fue lo perdido.
Yo señora Clara o señor José, me disculpo, porque a veces olvido
cuanto lo estimo mi queridísimo caballero sin recuerdos.

Carta nº 1: Ladran los perros



Oiga viejo, el domingo estuve en su casa, ¿Que si estaba igual? Intacta, tanto, que llegué a sentir miedo de abrir la puerta de la cocina y encontrármelo sentado disfrutando de un tazón rebozando de leche con avena... lástima que no fue así.

Fui a pasear a la quinta, es una alfombra de flores, y los arboles ya están pintando sus primeros frutos.
¿Su viejita? cariñosa y hermosa como siempre.
No hay día que no lo recuerde, si no es en alguna conversacion, es en sus silencios.Es que ella vivía para ud.y ahora sola en el campo, no le queda mas que imaginar que cada vez que ladran los perros es porque ud. se vino a dar una vuelta.

domingo, 10 de enero de 2010

Hubo una vez un día que ya terminaba, caminé por los lugares de siempre, atravesé la plaza un poco oscura,y a paso lento llegué a los pies de mi casa, busqué mis llaves en mi bolso, y cuando al fin estaba a punto de abrir, tuve esa impresión tan peculiar de que alguien me estaba mirando, volteé mi cabeza despreocupada ¿Que podía pasarme? o ¿Quién podía ser? si estaba frente a la pequeña entrada de mi casa. Entonces, volteé y miré. A mi lado, un viejito de barba gastada, blanca, descuidada, pequeño, porque estaba medio jorabado, pero no tanto, vestido de ropa al parecer muy usada, con la mugre pegada, fragante a vino. Murmuraba, para mí puros garabatos, porque me costaba trabajo entender lo que quería decir, más bien tenía que intentar descifrar. No sé porque quise averiguar que decía con su mala modulación, si en ningún momento baraje siquiera la posibilidad de que algo de lo que estuviese diciendo fuera real. Mi mirada era más bien de compasión, pensaba-este pobre caballero, que a penas puede hilar las palabras, quizás que imaginaciones suyas me estará contando-.Y fue ese último pensamiento, el que me permitió sorprenderme luego.

Seguía yo abstraída mirándolo, como si fuese un tierno mentiroso, me parecía inocente eso de que una señora le había dado algo, me imaginé que era una gorda cantinera que quizás lo había echado a su casa con alguna excusa de algún regalo. El aún estaba relatando, cuando yo ya me disponía a entrar, pero hizo un cuidadoso movimiento e intentó sacar algo del bolsillo de su chaqueta, de el que queda justo en el corazón, sus ojos brillaron tanto, que casi creí que de verdad iba a sacar algo sorprendente de ahí, pero luego de nuevo lo miré con los mismos ojos compasivos y otra vez quise entrar, pero fue sólo el amago, porque rió con tanta dulzura que me hizo voltear una vez más, y fue en ese momento cuando vi sobre su mano una pequeña cosa oscura y peluda, que se veía miserable y moribunda como él, tenía vida. Creí que era un ratón, pero lo dejo en el suelo y me di cuenta que era un gato recién nacido, es decir, casi un ratón. Chillaba fuerte y se arrastraba por la vereda, su amo, reía orgulloso enseñándome su mascota, su nueva adquisición, el regalo que le había hecho una señora.
Las carcajadas del borracho y los gritos desgarradores del gato, terminaron por asustarme.

-Vaya a su casa, rápido, muy rápido, porque el gatito tiene hambre-le dije
-Sí, sí, sí-me respondió alegremente

Tomó su gato, lo echó a su bolsillo y partió.

Entré de una vez a mi casa, un poco molesta por haber tomado borracho por mentiroso, pero feliz por haber alcanzado a sorprenderme de que al menos algo era cierto...

{continuará}

II

Como una niña.


Había caído la noche, había caído derrepente. No estaba helada, más bien tenía la temperatura adecuada para poder apreciarla sin congelarse y tener que entrar por más abrigo y menos noche.

Respiró profundo, tan profundo que sintió que casi se llevó todas las estrellas en un respiro. Olía algo extraño, luego de intentar identificar el raro aroma varias veces, la quinta vez lo logró, era un merenjunge de olores, que por cierto le agradaba, era el olor de su perro, del cigarro que fumaba, de la comida de la tarde, de las flores que había traído su madre hace unos días, y del perfume de quién solía hacerle compañía, pero el último olor no estaba en el aire, al parecer estaba pegado a su nariz, estaba en sus manos, en su pelo, impregnado por todas partes, nada lo opacaba.
Acabó su cigarro pensando en lo libre que era, en todas las horas que quedaban en su vida (casi infinitas), todas las tardes, mañanas y noches que tenía por delante, para ser feliz.
Estaba feliz de ser quién quería ser, estaba feliz de conservar bajo su cama una maquina de escribir que aún funcionaba para ella, de saber apreciar la hora de la comida, de tener tiempo para disfrutar una película y escribir cuentos para niños, de conservar fotografías de su juventud, de seguir visitando a su amiga del colegio, de tener una mascota y un lindo y casero jardín, de poder comer helado tranquilamente como una niña sin nunca haber pensado en calorías o azúcar o en que es demasiado tarde, de ir sin apuro, de tener a su lado a quién siempre quiso tener. Cuantas cosas había pensado en un solo cigarro.

Entró porque se le había ocurrido una brillante idea, llenaría la tina hasta arriba y sumergiría su cuerpo por horas, hasta quedar arrugada como una abuelita, buscó chocolate y por suerte encontró una barra, preparó la tina, puso música y se hundió en el agua calientita, cantó y chapotió con sus pies, se salió cuando estaba lo suficientemente arrugada como para poder decirle a su hermana en la rutinaria llamada de cada mañana que había estado bañándose hasta quedar como una pasa como cuando eran niñas.

Durmió placidamente esa noche, una linda noche, antecediendo un gran día.

Se levantó y luego de desayunar, de dar comida a su perro, de hablar con su hermana, de ponerse bonita, tomó su bolso, tomó su cámara, unas cuentas monedas y subió a su bicicleta, silbó cada cuadra como una niña, hasta llegar a la estación donde de vuelta de un largo viaje venia el hombre responsable del olor en su nariz, tan sencillo y abrazable como siempre.

Caminaron a casa y rieron por estar juntos otra vez. Había tanto por contar.

I

Pasó el letargo de la noche, algo no me dejaba conciliar el sueño, de hecho no me dejó hacerlo hasta bien entrada la madrugada.
Me dijo alguien ayer-Que tengas linda mañana- me alegra tener para contarle, que es una de las mañanas más agradables en meses.
El sol se vino a poner a mi lado, y está jugando con sus rayos, con mi pelo, con mis piernas, subiendo y bajando, como queriendo darme vida, pero la justa y necesaria.
El silencio de la casa me acomoda, mis hermanos duermen. Tomé desayuno con mi mamá, temprano. Aunque no me pide que me levante, sé que le gusta compartir su café conmigo antes de partir a la escuela.
Luego, un poco de lectura, una novela, una de esas que no me gusta admitir que me gustan, pero son mi mayor placer literario.
A penas abres los ojos, sabes si será o no un buen día, hoy vaticina este aire matutino, que será especial, a pesar de ser navidad.

Llevo dos noches durmiendo algo acalorada, y despertando sin tapa, porque mi hermana chica no ha vuelto a dormir en su pieza desde que vio un pequeño ratón que la miraba curioso detrás de su ventana y luego corría como sintiéndose orgulloso de su libertad. No imagina que el pequeño roedor se debe haber asustado más que ella, y debe haber huido corriendo, para no lidiar con seres humanos que no entienden de los traqueteos de la vida de un ratón.

Aún a estas horas de la mañana ella sigue durmiendo en mi cama, no es para nada madrugadora. Yo me vine a escribir a su pieza, que me cobija con una gran ventana al lado de la cama.

Mi cama no es grande, así que dormimos medias pegadas, yo al rincón, ella a la orilla, siempre.
Cuando dormimos juntas, es porque una de las dos lo necesita. En esa cama es donde suelen nacer confesiones, confesiones abrumadas por la oscuridad de la noche, confesiones que se extinguen a la amanecida para no volver a ser tocadas. Creo que esa fue nuestra única regla para empezar a desmarañar grandes secretos, aunque ninguna lo mencionó.
Cuando el relato empieza a costar, lanza su típico -yo soy como tu conciencia, dale no más-.
Creo que si no tuviese mi hermana, seria aún más retraída y meditabunda, es que la vale me saca cada vez que puede de mis cavilaciones y aunque a veces regaño por eso y me hago la molesta, en el fondo me encanta que lo haga.

sábado, 1 de agosto de 2009

Quién sabe que líquido bicho es el que te mueve día a día,
bombeando tu corazón, ahora mío.
Quién sabe a que par de pulmones le robo aire desde hace un tiempo,
amiguitos míos ya.
Quién sabe cuantos enanitos trabajan dentro de tu cabeza, para
hacer funcionar semejante ser humano.
Desde tus entrañas he vuelto a nacer como una cálida aurora.
Dibujando-te.

Humano,hombre.
Noble, no de nobleza claro, de noble.
Soñador desde el momento en que fué fecundado, lo digo por lo anarquista.
Luchador, no hace falta que lo explique.
¿Pobre?
Pobre de ambiciones y arribismos (de monedas también).
Orgulloso hasta decir basta.
De juergas y pichangas, el alma.
Vegetariano, antes y luego.
Azul.Negrito también.