domingo, 10 de enero de 2010

Hubo una vez un día que ya terminaba, caminé por los lugares de siempre, atravesé la plaza un poco oscura,y a paso lento llegué a los pies de mi casa, busqué mis llaves en mi bolso, y cuando al fin estaba a punto de abrir, tuve esa impresión tan peculiar de que alguien me estaba mirando, volteé mi cabeza despreocupada ¿Que podía pasarme? o ¿Quién podía ser? si estaba frente a la pequeña entrada de mi casa. Entonces, volteé y miré. A mi lado, un viejito de barba gastada, blanca, descuidada, pequeño, porque estaba medio jorabado, pero no tanto, vestido de ropa al parecer muy usada, con la mugre pegada, fragante a vino. Murmuraba, para mí puros garabatos, porque me costaba trabajo entender lo que quería decir, más bien tenía que intentar descifrar. No sé porque quise averiguar que decía con su mala modulación, si en ningún momento baraje siquiera la posibilidad de que algo de lo que estuviese diciendo fuera real. Mi mirada era más bien de compasión, pensaba-este pobre caballero, que a penas puede hilar las palabras, quizás que imaginaciones suyas me estará contando-.Y fue ese último pensamiento, el que me permitió sorprenderme luego.

Seguía yo abstraída mirándolo, como si fuese un tierno mentiroso, me parecía inocente eso de que una señora le había dado algo, me imaginé que era una gorda cantinera que quizás lo había echado a su casa con alguna excusa de algún regalo. El aún estaba relatando, cuando yo ya me disponía a entrar, pero hizo un cuidadoso movimiento e intentó sacar algo del bolsillo de su chaqueta, de el que queda justo en el corazón, sus ojos brillaron tanto, que casi creí que de verdad iba a sacar algo sorprendente de ahí, pero luego de nuevo lo miré con los mismos ojos compasivos y otra vez quise entrar, pero fue sólo el amago, porque rió con tanta dulzura que me hizo voltear una vez más, y fue en ese momento cuando vi sobre su mano una pequeña cosa oscura y peluda, que se veía miserable y moribunda como él, tenía vida. Creí que era un ratón, pero lo dejo en el suelo y me di cuenta que era un gato recién nacido, es decir, casi un ratón. Chillaba fuerte y se arrastraba por la vereda, su amo, reía orgulloso enseñándome su mascota, su nueva adquisición, el regalo que le había hecho una señora.
Las carcajadas del borracho y los gritos desgarradores del gato, terminaron por asustarme.

-Vaya a su casa, rápido, muy rápido, porque el gatito tiene hambre-le dije
-Sí, sí, sí-me respondió alegremente

Tomó su gato, lo echó a su bolsillo y partió.

Entré de una vez a mi casa, un poco molesta por haber tomado borracho por mentiroso, pero feliz por haber alcanzado a sorprenderme de que al menos algo era cierto...

{continuará}

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